luns, 8 de marzo de 2021

Actividades do día da Muller: Anna Magdalena Wilcke / Bach na materia de Música

 O departamento de música traballou sobre un texto relativo á segunda esposa de Juan Sebastian Bach no que se pode albiscar como vivía unha muller do seu tempo, primeiro a través dunha falsa autobiografía que tivo moito éxito no seu momento pero tamén lendo datos reais.

Deixámosvos o texto e uns vídeos do do alumnado.

ANNA MAGDALENA WILKE/BACH

La pequeña crónica de Ana Magdalena Bac (Novela de ficción). Fragmentos para comentar.

*El libro es un texto anónimo, posiblemente escrito en el siglo XIX. No pertenece pues, a la segunda esposa del compositor, Juan Sebastián Bach, el compositor más grande del Barroco musical y quizá de todos los tiempos, pero ilustra claramente la vida del mismo y el mundo en que se desenvolvió.

“Nuestra familia no cesaba de aumentar y la cuna estaba constantemente ocupada, aunque, ¡ay!, la mano estranguladora de la muerte nos había arrancado de ella a alguno de sus pequeños ocupantes. Hubo tiempos, tengo que confesarlo, en que me parecía cruel llevar hijos en el vientre para perderlos luego y tener que enterrar amor y esperanzas en sus pequeñas tumbas (...). La mayor de mis hijas, Cristina Sofía, no vivió más que hasta la edad de tres años, y también mi segundo hijo, Christian Gottlieb, murió a la más tierna edad. Ernesto Andrés no vivió más que unos pocos días más, y la niña que le siguió, Regina Juana, tampoco había llegado a su quinto cumpleaños cuando dejó este mundo. Cristina Benedicta, que vio la luz un día después que el del Niño de Belén, no pudo resistir el crudo invierno y nos dejó antes de que el nuevo año llegase a su cuarto día (...) Cristina Dorotea no vivió más que un año y un verano, y Juan Augusto no vio la luz más que durante tres días. Así perdimos siete de nuestros trece hijos, (...) bondadosas mujeres de la vecindad trataban de consolarme diciéndome que el destino de todas las madres es traer hijos a este mundo para perderlos luego, y que podía considerarme feliz si llegaba a criar la mitad de los que hubiese dado a luz.”

“No parecía advertir que yo envejecía, que mis mejillas iban teniendo arrugas y me salían hebras de plata en los cabellos. Únicamente una vez me dijo: “Tu cabello rubio fue para mí, muchos años, un rayo de sol; ahora, con sus hebras de plata, será mi rayo de luna. Es una luz más preferible para la clase de enamorados que somos.”

“Cuando componía música o, mejor, cuando improvisaba, sobre todo en el órgano, era cuando volcaba su corazón y llegaba a las regiones de que provenía y en las que él, y tal vez solo él, estaba como en su casa. Mucha de la magnífica música que fluyó de él no la volverá a oír ningún oído humano; no salía de él más que una vez, no la escribió nunca y se perdió para siempre, como él mismo, más tarde, en la armonía del cielo. Solamente una reducida comunidad de vivientes le oyó tocar esa música, y esas personas escuchaban, absortas, la variedad celestial de voces que fluía de su alma y de sus manos; pero cuando tales seres dejen este mundo, se habrá perdido hasta el recuerdo de esa música, y ese es un motivo de gran tristeza para mí”.

"En la mañana del lunes 31 de mayo de 1723 fue investido de sus facultades de cantor de la Escuela de Santo Tomás y, con ese acto, empezó su larga y fructífera vida en Leipzig. Tenía que hacer muchas cosas que no estaban a la altura de su genio, como, por ejemplo, enseñar el latín a los alumnos de la Escuela de Santo Tomás; pero todas estas contrariedades las olvidaba con la alegría de volver a tener a su disposición un órgano poderoso. Apenas llevábamos una hora en nuestra nueva casa y todavía faltaba por hacer hasta lo más necesario para que durmiéramos aquella noche, cuando se me acercó apresuradamente y me dijo: «¡Ven, Magdalena, te voy a enseñar el nuevo órgano!» Yo no había estado antes en Leipzig, pues por causa de los niños pequeños no podía moverme de Köthen, y corría por la casa, de arriba abajo, para ver cómo podía instalarlos a todos lo más cómodamente posible, cuando mi buen marido quiso llevarme a ver su órgano. Estaba segura —que el cielo me perdone este pensamiento mundano— de no volver a mis trabajos caseros en mucho rato si se le ocurría tocar algo en el nuevo instrumento. Por eso vacilé un instante; pero él, impaciente, ya me había cogido de la mano: «¡Ven, ven; la iglesia está aquí al lado!» No tuve más remedio que seguirle, y me senté en un banco junto a él; inmediatamente hizo funcionar todos los registros y llenó el ambiente con su música divina. Yo no pensaba ya en las camas sin hacer o en los muebles que tenía revueltos por la casa.
¡Qué bien había de conocer con el tiempo aquella iglesia de Santo Tomás, y qué cantidad de música sublime había de hacer allí su cantor! En realidad, en la iglesia había dos órganos. Uno pequeño, encima del coro, muy viejo, puesto que había sido construido en 1489, y el gran órgano en que estaba tocando Sebastián, revisado y reparado dos años antes. Pero el más hermoso de los órganos era el de la iglesia de la universidad, con sus doce registros en el teclado inferior y catorce en el recitativo. En ese órgano prefería Sebastián tocar cuando lo hacía para él o para sus alumnos y amigos. Era nuevo y había sido acabado de montar mientras Sebastián estaba en Köthen. En aquella época le habían invitado a que examinase el órgano y diese un informe sobre él, y así lo hizo, sin sospechar que, más tarde, sus manos habían de pasar por sus teclados con tanta frecuencia. En su informe había dicho que el manejo del órgano era algo difícil, porque las teclas tenían una caída demasiado grande y los tubos de las notas bajas sonaban con cierta dureza y no con el tono firme y rotundo que a él le gustaba. Pero cuando él tocaba el órgano, no se notaba nada de eso. Sabía ejecutar con tal habilidad y suavidad, aun en los instrumentos más viejos, que parecía que los órganos correspondían a su cariño, a juzgar por la facilidad con que daban todo lo que podían y, bajo sus manos maravillosas, renovaban el encanto de su juventud y producían sus mejores y más dulces notas. "

EN LA REALIDAD…

Anna tenía veinte años cuando conoció a Johan Sebastian Bach, del que se enamoró de inmediato y con el que se casó muy pronto, abandonando su carrera musical, para convertirse en la segunda esposa del gran compositor, que, viudo para entonces, tenía a su cargo cinco de los siete hijos del primer matrimonio con su prima María Bárbara.

Anna Magdalena Wilcken, había nacido en diciembre de 1701, pero es poco lo que sabemos de ella antes de su matrimonio. Su padre era trompetista, y su abuelo organista, y es posible que  Anna conociera a los Bach cuando actuaba junto a su padre, como soprano. Tendría alrededor de 20 años y era reconocida su calidad como soprano, cuando fue contratada en Köthen –en el pequeño principado de Anhalt-Cöthen–, donde también trabajaba Bach, que, por entonces tenía 36 años y había pedido a su esposa, María Bárbara, el año anterior.

Tuvieron trece hijos entre 1723 y 1742, de los cuales siete murieron siendo muy pequeños. Entre los que superaron la infancia, están los compositores Johann Christian y Johann Christoph Friedrich.

Anna organizaba las veladas musicales en las que participaban tanto el compositor, como sus hijos, llegando estas a constituir un notable evento en la ciudad de Leipzig.

Parece probado que podamos hablar de un matrimonio por amor, seguramente por ambas partes, en el que nada supusieron para Anna ciertos factores, como la notable diferencia de edad entre ambos –dieciséis años–; el hecho de que ella ya tuviera su propio trabajo, bien remunerado, o la existencia de los hijos del anterior matrimonio del compositor. El sucesivo nacimiento de trece hijos más y los Cuadernos del compositor dedicados a Anna, muestran un excelente entendimiento entre ellos.

En realidad, Bach dejó cuatro Cuadernos, de los cuales, dos, los Notenbüchlein für Anna Magdalena Bach, de 1722 y 1725 respectivamente, fueron dedicados a ella, mientras que el titulado Clave-Büchlein de 1720 fue escrito para su hijo Wilhelm Friedemann, y el Orgel-Büchlein, empezado hacia 1714, estaba dirigido a un organista que empezaba su carrera.

Anna, con grandes conocimientos musicales, parece ser que ayudaba a transcribir las obras de Bach, y sus rasgos gráficos llegaron a ser tan similares a los del compositor, que en ocasiones es difícil distinguirlos–, demuestra que en el terreno artístico no existieron diferencias entre ellos, lo que hace que nos cause cierta estupefacción el hecho de que los hijos del primer matrimonio, no sólo no la aceptaron –aunque esto no se puede documentar–, pero sí, como veremos, la abandonaron a su suerte, o, más bien, a su desgracia, en los momentos más difíciles y tristes de su vida, lo cual sí está bien documentado.

Murió sola y empobrecida, al cargo de varios hijos pequeños, sus hijos mayores la abandonaron y ella intentó conservar hasta el final las partituras de Bach, quedaron en manos de sus hijos, que las malvendieron e incluso las falsificaron.







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